Las sendas de Joselito.
(El Maestrazgo Turolense)
Hoy madrugamos la ruta para mí era desconocida, o mejor dicho olvidada, una de mis pasiones cuándo era joven era viajar desde mi casa del mar en Peñíscola, hasta la sierra Turolense de Albarracín subíamos por Morella, Castell de Cabras todo el Maestrazgo Valenciano, y acabábamos en la ciudad de Albarracín dónde montamos la tienda de campaña, tratábamos de revivir un viaje literario ficticio que nos contó un apasionado seguidor de Blasco Ibáñez, nos contaba que una vez el gran escritor Valenciano Don Vicente Blasco Ibáñez viajó desde Peñíscola hasta el pueblo aragonés donde vivió su padre, atravesando todo el Maestrazgo, seguramente ese viaje no existió jamás, pero a mí me divierte revivir viajes, que hoy si vivieran esos escritores seguro que ellos reivindicarían en fin son cosas de Joselito.
Hoy sábado de otoño teníamos un viaje apasionante desconocido, salimos por la ciudad de Sagunto la ciudad de la que si escribió Don Vicente Blasco Ibáñez, dejamos la ciudad amurallada, y tomamos la carretera de Teruel la ciudad del amor, viajamos hacia el norte por la carretera en dirección a Cantavieja, buscando la ciudad de Alcañiz pero no, ese no era hoy nuestro destinó, nuestra senda era la del pueblo Turolense de Molinos, un extraordinario pueblo que apenas si tiene 225 habitantes, buscábamos las famosas grutas de cristal, descubiertas en 1961 por unos espeologos catalanes y que hoy son monumento natural, llegamos a la hora del almuerzo , pero hoy la comida sería un poco más tarde. Subimos los 130 escalones despacio " los años no perdonan ", a la puerta de la gruta nos esperaba Andrés el guía de estás fantásticas grutas, esta cueva impresionante por la que paseamos siguiendo las indicaciones del apasionado guía, nos quedamos en silencio escuchando el tallar del agua, que en cientos de años ha hecho con su gota a gota una catedral de cristal un lugar donde el tiempo se detiene, es un lugar para soñar pero nuestro cuerpo tenía hambre, y nuestro guía quería marcharse a comer, bajamos los escalones de la cueva, con el Maestrazgo a nuestros pies y nos dirigimos a comer a una antigua posada del siglo XVllll donde nos esperaba un estofado de carné con setas de tierra que saboreamos como Dioses, descansamos de la comida, contemplando la plaza Mayor, la tarde fue fantástica admiramos la iglesia Gótica muy necesitada de restauración, que lastima que este país no cuide su patrimonio monumental, ni su patrimonio natural.
Callejear por Los Molinos es darse un baño de naturaleza, una gozada pasear por sus calles vacías, después del verano no queda ni un alma aquí, que tristeza no encontrar a nadie, entramos en una pequeña tienda y hablamos con la dueña una mujer de unos sesenta años que nos hablo de la belleza del pueblo entusiasmada, también nos hablo del olvidó de años por parte de los políticos de cómo los jóvenes dejan su tierra por falta de trabajo.
Nos sentamos en un banco mirando la senda que sube a la ermita pero el caminante ya no tenía fuerzas.
Cuanta belleza, y demasiado olvido en este lugar donde el rumor del agua tiene la banda sonora de los días de otoño, cuando los árboles se pintan de colores imposibles.
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