miércoles, 25 de noviembre de 2020

 

Zurcido azul

 

 

                Hoy definitivamente se murieron mis pantalones, supongo que pensareis que la ropa no tienen vida, pero sí mi ropa tiene alma porque sé lo que significa no tenerla, mis zapatillas, mi pijama del internado con el n 382 bordado en un ribete tiene memoria y por tanto vida.

 Hoy se me murieron los pantalones de andar los viejos pantalones de ir al campo, los de recoger la aceituna solo tenían treinta años esos pantalones remendados y zurcido muchas veces, recuerdo cuando me los compro mí madre fue un invierno, una navidad la última que pasamos juntos en Baeza fuimos a recoger la cosecha  de aceituna, durante mucho años lo único que nos ataba al sur era la familia incluyo a todos mis vecinos, todo lo que ataba a mis padres al Sur eran sus seres queridos, la casa y los olivos las estacas de las tres fuentes, y las palancas de las ventanas, en esos dos lugares fui muy feliz, hay pasaba los veranos, éramos soñadores desterrados cuando cada año volvíamos a aquellos lugares que marcaron nuestras vidas.

 Cuando emigramos y dejamos nuestra tierra por el  hambre que nos acechaba no el hambre de comer si no el “hambre” de futuro y por eso marchamos de aquellas tierras tan hermosas y fecundas no tenían futuro, mi padre pensó que cuando la vida nos diera un respiro, cuando dejáramos de ser carne yugo  iríamos juntos a labrar aquel paraíso de terrones de tierra blanca, aquella pandera de las ventanas, aquel remanso de las tres fuentes, mis padres pensaba que un día volverían a la tierra que les vio nacer pero eso no paso primero porque la fábrica de “chapas “de madera donde trabajaba mi padre, nunca paraba y la caldera donde el dejo parte de su vida le tenía preso de sus días y de sus noches y los años pasaban, y nunca se encontraba el momento de volver y los olivos del pueblo cada vez tenían más hierva y menos fruto.

Cada vez quedaban menos momentos para labrar la tierra y bajamos a verla cuando se nos iba algún ser querido, cuando íbamos de entierro a despedirnos de alguien de la familia, que esa era la razón más fuerte para volver, íbamos siempre a Baeza a despedidas y lo que se “va  ya no vuelve”,  se iban los hermanos de mí padre y se iban nuestros olivos llorábamos en silencio viendo la “estaquilla “que plantamos un día  y que ya la hierba la ocultaba, vimos que los acebuches del ladero estaban salvajes, poco a poco comprendimos que aquellos olivos necesitaban un dueño que tuviera su mundo en el pueblo, hace treinta años mi padre vendieron la tierra el cordón umbilical  que les unía a sus recuerdos, fue el dinero más amargo, recuerdo que cuando mi madre salió de la notaria con los cuados duros que le dieron por la tierra me dijo –Joselito vamos a comprarte unos pantalones, mí madre siempre que tenía algo de dinero me compraba ropa, “vivimos tan desnudos en la infancia” que hasta el final de sus días mi madre quería cómprame ropa.

Ese día  fuimos a comprar un pantalón azul con cuatro bolsillos delantero, eran los primeros modelos que llegaban al mercado, decía el  joven vendedor  unos pantalones  de trabajo con bolsillos “parcheados” mi madre los miraba tanteaba la tela mientras preguntaba por el dueño que no era otro que el padre del vendedor fallecido recientemente, mi madre le contaba al chico todas las bondades  de su padre, lo bien que se portaba  con nuestra familia “fiando” genero para pagárselo a plazos como todo lo que mi madre compraba, hoy no sería así hoy llevaba dinero aunque fueran  “billetes dolorosos” de la venta de unas tierras que tanto significaban para toda la familia. Mí madre miraba el diseño del pantalón  mientras yo me lo probaba y decía su frase favorita si te están grandes mejor yo le meteré en la cintura que tienes que “engordar” Joselito que estas muy canijo, (para mi madre siempre estuve muy flaco y siempre repetía la misma frase Joselito tu has visto algún muerto gordo) salimos de la tienda y nos fuimos a comer casa de Checa en la carretera de IBROS era su  bar favorito nadie cocina como los CHECAS, y eso que ella era muy buena cocinera, recuerdo aquella comida en familia con postre y café estará siempre en mi memoria “mi padre decía esta comida es a salud de todo lo que trabajamos en cuidar aquellos olivos centenarios” y lo que era una despedida se convirtió en un brindis por la vida.

Hoy se murieron mis viejos pantalones antes de hacer la tela trapos recorte los viejos zurcidos azules hechos por las manos artríticas de mi madre, artesanas puntadas de hilo que ahora repaso con mis manos, remiendos que mi madre hacía en la tela una y otra vez.

Hoy mi hijo de reía al ver como yo guardaba en una cajita de madera el  remiendo de mi madre y me decía  riéndose se te está haciendo pequeña la  cajita de la memoria, y sí la caja de los recuerdos, de la vida siempre es “pequeña” sobre todo cuando el tiempo los “implacables” años pasan dejándonos huérfanos de seres queridos pero preñados de recuerdos hoy todo lo que tocaron tús manos tienen vida en mi corazón madre.

 

VALENCIA 25 de noviembre 2020.