Diario del hijo del mulero
El
horno de los recuerdos
Cuando los días se acaban en el Sur, y el calendario dice
que tengo que regresar a la casa que me dio cobijo cuando yo era un emigrante
al lugar de los atardeceres rojos, donde las palmeras cantan y el mar es mucho más
que una palabra, es un estado de vida, y la verdad es que yo siempre estuve
junto al mar aquí en el Sur en un mar de
olivos y en Valencia en Malvarrosa un mar de agua.
Hoy recordé
que hace ya muchos años, cuando yo estaba al final de mi infancia tenía casi 15 años y el rio infantil de mis
venas bajaba trepidante hacia la
adolescencia, entonces la angustia de mis padres de no poder darnos un futuro a
mí hermano y a mí, ellos cansados de la crueldad de su trabajo y el hambre, mi
madre si ganas ya de remendar las alpargatas de padre, una madrugada de agosto cargaron
en un camión de ganado las escasas pertenencias y casi como si fuéramos en una patera navegamos por la Loma
con todos los miedos por un mar de olivos con dirección al Norte.
Hoy cuarenta y tantos años después regrese como
veraneante a la tierra donde mi infancia se forjo, y casi me da vergüenza
recorre mi tierra con un auto con aire acondicionado, la tierra que tanto ande
de la mano de mi padre los caminos blancos polvorientos que en verano recorríamos bajo un sombrero de paja, dejando atrás las
cuestas empedradas para adentrarnos en los barbechos, o en los trigales
abandonados.
Ahora se
apodera de mí no un recuerdo, sino algo muy poderoso una mezcla de sensación de
culpa y reencuentro con mi tierra veo
los jaramagos secos ahogando la puerta de un cortijo abandonado y la tristeza
me abraza las tejas morunas amontonadas con las vigas de madera carcomidas por
el olvido, me quedo mudo que puedo decir
yo, qué un día con mucho miedo abandone esta tierra, sin saber si volvería a
ver lo que mis ojos vieron durante años, no sé cuántas veces más podre hacer
este camino pues el paso de los años ya hacen mella en mi cuerpo. Los olivares
bajan hasta la orilla del rio Cuadros y yo mojo mis pies en sus aguas veo a lo
lejos las cuevas de Bedmar siento en mí
las historias de bandoleros que se contaban en los libros, veo la nostalgia en
las manchas de aceite del mantel que se funde con la piedra y no sé si mis
recuerdos son falsos ha pasado tanto tiempo por mi memoria que tal vez esto que cuento sea ficción,
pero es cierto que el agua del rio es fría, y alivia mis calores, tan fría como
en aquellos años donde después de bañarnos desnudos en el rio llenamos los cantaros
y las damajuanas forradas de esparto para caminar de nuevo con dirección al
cortijo como unos guerreros en busca de su castillo, llegar a los corrales donde
dejar a los mulos sudorosos, despojarlos de las albardas de piel llenas de
remiendos, ennegrecida por los años y el trabajo, los serones que llevan
nuestras escasas pertenencias.
Hoy
sentado como un forastero con unos pantalones cortos, que mi padre jamás uso
mientras vivía en el Sur, sentado en una mesa de un restaurante comiendo como
manjar los guiñapos que cocinaba mi madre me siento un poco traidor a mi memoria,
y retorno a la presencia de mi madre que hace dos años que ya no está y sin
embargo no se ira jamás mientras yo la siga recordando, ella me salva, los
recuerdos de mi madre son siempre mi recurso ella, y no sé si será porque me
quiso tanto siempre me dijo no sientas remordimiento de dormir en un colchón,
demasiado tiempo dormiste en la paja polvorienta, demasiada hambre para tanta
inocencia.
Ahora a
los pies de Aznaitin a la sombra de una
parra sin fruto saboreo la tarta de la abuela mientras mis vecinos de mesa
comen unas buenas migas camperas en el corazón de Mágina con mí “absurdos”
pantalones cortos de turista de forastero de mi desmemoria, de mis recuerdos,
ahora inmortalizo mi vuelta con miles de fotos que no sé si guardare por que
las fotos ahora se hacen con un celular con mucha memoria y demasiado “olvido”.
Cuanto ha cambiado todo y sin embargo las voces de los niños que se bañan, en
el rio permanecen, gritan y se ríen y desnudos salpican el agua helada, como yo
lo hice hace más de cuarenta años ahora mientras escribo estas líneas contemplo
el polvo de mis sandalias, y recuerdo las alpargatas de esparto de mi padre, y
me atrapa de nuevo esa culpa injusta que se nos gravo en el alma a tod@s los que
huimos hace años del hambre.
Rio de
Cuadros sierra de Mágina 20 de agosto
del 2020.
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