lunes, 11 de septiembre de 2023

 

70. El olivo de Ucrania

José Montoro López

 

Fue en febrero de 2022, jueves veinticuatro de febrero para ser más exacto, ese día yo presenciaba frente al televisor algo que jamás me pude imaginar que podía pasar, Rusia y Ucrania estaban en guerra. No podía ser, esa tragedia, no entraba en mi cabeza como nunca entendí nuestra guerra civil, y es que creo que una de las peores cosas que tiene la guerra:  es precisamente esto, que no se pueden entender, que es imposible de comprender como se puede llegar a esa barbarie, a ese embrutecimiento, por mucho que me lo explicaron aun hoy en día me cuesta pensar que un hermano puede disparar contra otro hermano, cómo se puede matar a alguien de tu propia sangre.

Ahora de nuevo en Europa se repite la historia. Europa un continente que ha sufrido muchas guerras, todos hemos visto lo que durante el siglo XX sucedió en este territorio. Dos guerras mundiales terroríficas, la guerra civil española, la primera guerra de los Balcanes en 1912, preámbulo de la primera guerra mundial, también, y la segunda mucho más reciente   en 1991 una guerra entre hermanos también, allí se sucedían atrocidades que vimos en televisión en directo, y que muchas quedaron impunes ante la justicia, atrocidades que todos fuimos testigos, que vimos en directo desde el sofá de nuestras casas , lo mismo que está pasando ahora con la guerra de Ucrania con imágenes en directo del frente de batalla , tragedias retransmitidas como si de una película se tratara es difícil de comprender

Aun viendo esas imágenes tan terribles de una crueldad inimaginable,  yo pensaba que no podía ser, que alguien con cordura en este planeta pararía esta masacre, yo tenía fe que la guerra no empezara y hasta el día anterior de la invasión Rusa a Ucrania,  negaba a mi familia que aquello estuviera pasando, esto no podía suceder en pleno siglo veintiuno, ¡ cómo podía haber una guerra entre hermanos ¡  digo  entre hermanos  y digo bien, porque hasta hace  poco, el pueblo ruso y el ucraniano compartían vidas,  en este momento hay  familias de padres ucranianos y madres rusas o viceversa, la ceguera, la soberbia que les da el poder para poner en marcha una guerra de los dirigentes políticos que llevan a sus ciudadanos a una guerra tan terrible, frente televisor no doy crédito a lo que veo a lo que sucede, como el ejército ruso y los mercenarios de un señor de la guerra (que triste que en pleno siglo veintiuno sigan  los mercenarios asesinando a seres humanos) una de las cosas peores de esta guerra  es comprender ,como se puede llegar a esa situación donde la vida de un ser humano no vale nada.

Como os decía ese día fatídico del inicio de la guerra de Ucrania yo miraba el olivo que vivía mí en casa, ya muchos años, a este veterano olivo se le empezaron a caer algunas hojitas, era febrero justo al empezar la guerra de Ucrania, yo no le di importancia, pensé que era normal y que seguro  que en primavera brotarían hojas nuevas como paso otros años,  incluso creí que florecería en abril, que  este año también daría flores, que más tarde tendría fruto, no fue así poco a poco la agonía se fue apoderando de ese viejo olivo del Sur, este año no dio flores.

En ese momento la guerra de Ucrania se hacía más virulenta, más terrible si cabe, las calles se llenaron de cadáveres, se bombardeaban escuelas, edificios civiles, todos los días los medios de comunicación abrían sus noticieros con los partes de guerra, con el número de bajas, imágenes de civiles muertos en las calles, edificios en llamas, terrible.

Mientras tanto el olivo de mi casa fue perdiendo las hojas, las perdía como en la guerra pierden los países sus gentes, sus ciudades, como el enemigo arrasa y toma botín de guerra todo lo que encuentra.

Yo no podía dar crédito de lo que veían mis ojos, un día giré la cabeza y vi como mi olivo estaba viendo la tragedia de la guerra como yo, apagué inmediatamente la televisión, no podía soportar tanto dolor.

Esa primavera el olivo resurgió yo pensaba que apartarlo de la televisión era una buena decisión, ojala lo hubiera hecho antes, quite todas las plantas del salón, y cada vez  recogía menos hojas muertas del  olivo,  pensé que había salvado al olivo que durante muchos años  alegro mis días, su presencia era fantástica sus ramas se asomaban buscando el sol y cada vez era más grande, nos traía a toda la familia,  recuerdos del Sur, y  cuando dio fruto por primera vez fue un acontecimiento familiar, cuando yo iba a Baeza de lo primero que hablaba con mis amigos con mi familia, era de aquel olivo que mi madre rescato de la basura y que yo le di una segunda vida en mi casa de Valencia, todos los años recogíamos sus aceitunas era como un milagro.

Mientras tanto en Ucrania la guerra continuaba, poco a poco los medios de comunicación se olvidaban de ella, siempre pasa igual con todas las tragedias que ocurre en el planeta al principio son portada de todos los informativos y poco a poco  dejan de ser noticia, en la primavera de este año cuando se cumplía algo más de un año de guerra, yo volví a tener la esperanza de que terminara la guerra y lo asociaba con el olivo de mi casa que después de una enfermedad parecía recuperarse un día me senté junto al olivo y no sé si el intuyó que aquello ya no tenía remedio  en Mayo le ampute parte de unas ramas que se habían secado, hable con mi padre que aunque se nos fue en el otoño del 2018 yo sigo hablando con el de muchas cosas, de todo lo que me sucede, pero sobre todo del campo él era un jornalero de primera, que aireaba la tierra y que conocía como nadie los olivos, en el campo hizo de todo, labro la tierra con yuntas, hacia los suelos de los olivos como nadie, fue maestro cortador, hizo de todo en el campo, fue carne de yugo que desde niño  no fue a la escuela, su universidad fue el campo.

Él amaba la tierra, sembraba y recogía la cosecha con la emoción de un niño, disfrutaba en el campo, en verano se marchaba dos o tres días, con su capacha de esparto cargada se marchaba a las faldas de Mágina,  donde él tenía un unas estacas abandonado por sus  antiguos dueños, un añejar, desahuciado, unos olivos que compro a plazos  junto al camino de la Mesta, allí pasaba las horas bajaba al rio, caminaba distancias enormes con los cantaros cargados en la mula torda para saciar la sed aquellos olivos centenarios en ese lugar fue muy feliz.

Mí padre hablaba con todos los árboles, en el campo no sentía  soledad, es más le encantaba estar solo, dormir en un camastro bajo un olivo era su mayor placer, hablaba con los pájaros con la mula torda que no era suya que era del patrón,   la mula y el crecieron juntos, eran familia, él hablaba con  todas las plantas pero en especial con los olivos, yo lo escuche muchas veces, juntos íbamos al campo y sus ojos se le iban detrás de aquellas ramas dobladas por el fruto en verano, decía ojala que llueva en otoño y tendremos buena cosecha.

Hoy le hable de mi olivo de casa, y le pedí un remedio para su enfermedad que me diera consejos para salvarlo le conté que quizás lo que le pasaba era que el olivo veía la televisión conmigo y que juntos vimos la tragedia de la guerra de Ucrania, mi padre se quedó en silencio, en un largo silencio, -respondió él me dijo Joselito ese olivo estaba enfermo, – la guerra lo mato, morirá pronto esas fueron sus palabras.

A  si lo recuerdo ahora,  haciendo memoria recuerdo, que un día viviendo ya en Valencia fuimos juntos, a ver unos olivos que yo quería comprar, fuimos en coche el lugar estaba cercano a un campo de concentración donde estuvo mi abuelo, era en un pequeño pueblecito de la sierra de Espadán, Sonejá, en ese  campo de concentración mí abuelo me contaba que conoció al dramaturgo BUERO VALLEJO en esa zona siguen existiendo olivos centenarios que sufrieron la guerra, cerca de allí se encuentran unas trincheras de la guerra civil, se usaron en la retaguardia del frente de Teruel, están llenas de maleza, como  los olivos que fui a ver con mi padre para comprar, desde que salimos del Sur yo quería comprar unos pocos olivos para tener aceite de mi cosecha, en aquella comarca aún existen pequeñas cooperativas que muelen tu propia cosecha y te dan el aceite, era una ilusión poco rentable pero aun así  convencí a mi padre para que viniera a ver aquellos olivos cadavéricos pensé que el también compro un olivar en el mismo estado y los recupero, y tubo buenas cosechas.

Aquellos olivos  estaban enfermos,  me fije en mi padre, el no miraba los escuálidos arboles solo miraba la trinchera que está al lado cubierta de zarzas,- le dije padre mira los olivos están mal  porque los abandonaron,  porque no los labran y les falta agua, él me miro, y dijo ,-no Joselito están así porque ellos han pasado una  guerra han visto muertos,  cadáveres, sangre derramada en sus ¨ suelos ¨  estos olivos han sufrido mucho me dijo,  se acercó a uno de sus troncos,   paso la mano por el pecho del olivo, no los compres Joselito, no los compres esta muertos, el giro la cabeza, miro las trincheras, el dolor, ,- la guerra los mataron los árboles también mueren en guerra, me lo decía llorando, con lágrimas en sus ojos no dijo nada se secó con su pañuelo las lágrimas y nos abrazamos sus lágrimas se mezclaron con las mías,  llorábamos por la guerra por los olivos, por tanto dolor que nos causó la barbarie de una guerra inútil.

Subimos al coche y en silencio bajamos desde Espadan a Valencia por la carretera del mar, no dijimos nada, ni una palabra entre los dos solo silencio, yo miraba la carretera, el contemplaba el mar que esa mañana de otoño estaba embravecido,- yo lo miré, para romper aquel silencio, le dije sabes padre ,- yo no vi el mar hasta los catorce años, el no dijo nada ni siquiera me miro sus ojos estaban clavados en aquel mar, su memoria me imagino que en el Sur en la tapia del cementerio de Baeza donde fusilaron al hermano de mí abuela.

 

No volvimos hablar de ese día, nunca más ni él ni yo nunca mencionamos aquel triste viaje que hicimos juntos a ver los olivos de Espadán.

Hoy he vuelto yo solo aquel lugar cuarenta años después, he llegado por la carretera del mar, el mar que yo contemplé con catorce años, hace ahora justo cincuenta años que toda la familia salimos del Sur.

Hoy cogí el coche, tome la carretera del mar, busque el desvió de Sonejá cerca del rio Palancia, junto al molino de papel está el campo de concentración de la guerra civil española hay, en ese lugar, pare mi coche, del maletero saque el escardillo que me regalo mí padre, con el enterré el cuerpo amputado, lo que quedo de mi viejo olivo de Valencia, mi padre estaba a mí lado juntos nos despedimos del guerrero de Mágina, la guerra continua.

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