LA CARPETA AZUL DEL
MAESTRO
Esa última noche de mi
estancia en el internado, no dormí nada, nos acostamos muy tarde y muy
nerviosos yo aquella noche y como si fuera un presagio me dormí recordando cómo
se fraguó mi entrada en el seminario.
Fue en Junio de 1968 a
finales de mes el verano ya empezaba a calentar en las falda de Sierra Mágina, mi familia recogía las pocas pertenencias que a esas alturas del año quedaban
en el cortijo, mi padre segaba en las panderas del “Salao”. Mí hermano y
yo jugábamos junto al pozo y mirábamos una gran polvareda que se acercaba por
el camino, era un coche negro un Seat 1500 que llegaba levantando una gran polvareda, se
notaba que los que llegaban al cortijo
no era gente de campo, nadie que pasara por esos caminos en verano podía ir a
esa velocidad, venían de los pueblecitos de la Sierra de Mágina, y entraron al
cortijo volando, con una prisa no conocida en el lugar, soló la guardia civil
cuando llegaban al cortijo en sus redadas rutinarias entraban de esa manera, “galopando”
con un auto, como entró el coche esta mañana en el camino polvoriento del “Pelotoso”.
Llegaban en auto conducido
por chofer uniformado, con la cabeza cubierta con gorra de plato y dos curas
con sotana y sombrero, mí madre se secaba las manos en el mandil en la puerta
del cortijo, llevaban un maletín de cuero negro y se acercaron a la puerta de
la casa, con sus zapatos brillantes que enharinados de polvo no parecían
zapatos, uno de ellos se espolsaba el polvo de su cartera y se colocaba el
sombrero de teja, Yo no había visto nunca esos sombreros tan vistosos de ala
ancha y círculos perfectos, nuestros sombreros eran de paja, mi padre le
colocaba un pañuelo para proteger su cuello de aquellos calores abrasadores del
sur.
Dejaron
una carpeta azul sobre una mesa preñada de aceite, allí estaba mi nombre Joselito (José Montoro) en esa carpeta estaba
escrito mi futuro inmediato, me incorporaría en septiembre al internado de
Ubeda para escolarizarme y comenzar mi
primera enseñanza. Ése verano fue muy
extraño y llego septiembre y me vi delante de la verja negra del internado con
una maleta de cartón de la mano de mi madre, llegamos muy temprano, de madrugada
nos trajo un camión de un vecino que
llevaba aceite hacia el Norte.
La escuela estaba cerrada, aún era de noche, yo
no tenía sueño, miraba alrededor tras la verja del internado y solo veía unas luces
difusas en algunas ventana. Enfrente estaba el cine, al fondo un gran pabellón
oscuro, negro como la noche, lentamente fue amaneciendo, con las claras del día
empecé a distinguir aquella escuela que sería mi casa en los próximos años. Ahora no estábamos solos, fueron llegando más madres con sus hijos de la mano. Mi madre hablaba con los recién llegados y me decía Joselito mira estos niños
son como tú, vienen también a la escuela, yo permanecía callado, mudo, el corazón
se salía de mi pequeño cuerpo. Tenía una sensación muy extraña, entre miedo y
mucha ansiedad.
Ya con el sol fuera se acercó un
sacerdote, con su sotana impecable, recién planchada, con un inmenso manojo de
llaves que tintineaban en sus manos. Abrió la gran verja de hierro que parecía un
gigante, la puerta “ rugía” como una bestia por falta de engrase, mi madre me cogió
de la mano y nos dirigimos a un inmenso pabellón
donde estaban las aulas, era la primera vez que yo me separaba de mis padres, la
primera noche que mi madre no me daría un beso para dormir y yo lloraba
desconsolado y le pedía a mi madre que no me dejara en aquel lugar. Lloraba
amargamente abrazado al cuerpo de mi madre, pasaron unos instantes que me parecieron una eternidad, y se acercó un
hombre con sotana y un sombrero blanco, era el Maestro, me pidió que le
acompañara y yo le dije que no, le negué con la cabeza su ofrecimiento “una y
mil veces” y seguí apretado al cuerpo de mí madre, con las lagrimas y los mocos
manchando la falda gris de mí madre.
Después de casi una hora que permanecí
sentado en las escalerillas del cine del internado suspirando de tanto llanto,
se acercó de nuevo el maestro, y le preguntó a mí madre como estaba, ella no respondió,
mí madre lloraba también, yo no sabía que hacer, no quería ver llorar a mí
madre, y tampoco quería quedarme en el internado sin mi hermano y mi familia,
pero aquello no tenía vuelta atrás, yo miraba las carteleras de la puerta del
cine, por no ver las lagrimas de mí madre,- el maestro hablo, hacemos cine los
jueves por la tarde, y los domingos.
El maestro cogió mi maleta de cartón y se despidió de mi madre y me ofreció su mano, y yo se la negué bruscamente, con
un gesto de desprecio, el despacio se encamino hacia el aula y yo le seguí, en
silencio unos pasos detrás,
-el maestro me dijo le has dado un
beso a tu madre, yo lo negué, él me ordenó, ves y abraza a tú madre, luego si
quieres quedarte aquí, estoy esperándote, - yo fui y abrace a mí madre, y
corriendo me acerque al maestro que estaba en la puerta del aula esperando.
Abrió la puerta del aula donde
todos los alumnos gritaban y reían, se hizo un silencio sepulcral y de la garganta
del maestro salió mi nombre, - se llama José Montoro y es vuestro nuevo
compañero, me indico mi pupitre y se fue al estrado, el maestro abrió su carpeta azul y escribió en la pizarra" decíamos ayer" bienvenidos al primer día de clase.
Ahora muchos años después,
recuerdo la voz grave del maestro y vuelvo a llorar y esta vez es de alegría.
VALENCIA 20 DE ENERO 2021.
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