Zurcido azul
Hoy
definitivamente se murieron mis pantalones, supongo que pensareis que la ropa
no tienen vida, pero sí mi ropa tiene alma porque sé lo que significa no
tenerla, mis zapatillas, mi pijama del internado con el n 382 bordado en un
ribete tiene memoria y por tanto vida.
Hoy se me murieron los pantalones de andar los
viejos pantalones de ir al campo, los de recoger la aceituna solo tenían
treinta años esos pantalones remendados y zurcido muchas veces, recuerdo cuando
me los compro mí madre fue un invierno, una navidad la última que pasamos
juntos en Baeza fuimos a recoger la cosecha
de aceituna, durante mucho años lo único que nos ataba al sur era la
familia incluyo a todos mis vecinos, todo lo que ataba a mis padres al Sur eran
sus seres queridos, la casa y los olivos las estacas de las tres fuentes, y las
palancas de las ventanas, en esos dos lugares fui muy feliz, hay pasaba los
veranos, éramos soñadores desterrados cuando cada año volvíamos a aquellos
lugares que marcaron nuestras vidas.
Cuando emigramos y dejamos nuestra tierra por
el hambre que nos acechaba no el hambre
de comer si no el “hambre” de futuro y por eso marchamos de aquellas tierras
tan hermosas y fecundas no tenían futuro, mi padre pensó que cuando la vida nos
diera un respiro, cuando dejáramos de ser carne yugo iríamos juntos a labrar aquel paraíso de
terrones de tierra blanca, aquella pandera de las ventanas, aquel remanso de
las tres fuentes, mis padres pensaba que un día volverían a la tierra que les
vio nacer pero eso no paso primero porque la fábrica de “chapas “de madera
donde trabajaba mi padre, nunca paraba y la caldera donde el dejo parte de su
vida le tenía preso de sus días y de sus noches y los años pasaban, y nunca se
encontraba el momento de volver y los olivos del pueblo cada vez tenían más
hierva y menos fruto.
Cada vez quedaban menos momentos
para labrar la tierra y bajamos a verla cuando se nos iba algún ser querido,
cuando íbamos de entierro a despedirnos de alguien de la familia, que esa era
la razón más fuerte para volver, íbamos siempre a Baeza a despedidas y lo que
se “va ya no vuelve”, se iban los hermanos de mí padre y se iban
nuestros olivos llorábamos en silencio viendo la “estaquilla “que plantamos un
día y que ya la hierba la ocultaba,
vimos que los acebuches del ladero estaban salvajes, poco a poco comprendimos
que aquellos olivos necesitaban un dueño que tuviera su mundo en el pueblo,
hace treinta años mi padre vendieron la tierra el cordón umbilical que les unía a sus recuerdos, fue el dinero
más amargo, recuerdo que cuando mi madre salió de la notaria con los cuados
duros que le dieron por la tierra me dijo –Joselito vamos a comprarte unos pantalones,
mí madre siempre que tenía algo de dinero me compraba ropa, “vivimos tan
desnudos en la infancia” que hasta el final de sus días mi madre quería cómprame
ropa.
Ese día fuimos a comprar un pantalón azul con cuatro
bolsillos delantero, eran los primeros modelos que llegaban al mercado, decía el
joven vendedor unos pantalones de trabajo con bolsillos “parcheados” mi
madre los miraba tanteaba la tela mientras preguntaba por el dueño que no era
otro que el padre del vendedor fallecido recientemente, mi madre le contaba al
chico todas las bondades de su padre, lo
bien que se portaba con nuestra familia “fiando”
genero para pagárselo a plazos como todo lo que mi madre compraba, hoy no sería
así hoy llevaba dinero aunque fueran “billetes
dolorosos” de la venta de unas tierras que tanto significaban para toda la familia.
Mí madre miraba el diseño del pantalón mientras yo me lo probaba y decía su frase
favorita si te están grandes mejor yo le meteré en la cintura que tienes que “engordar”
Joselito que estas muy canijo, (para mi madre siempre estuve muy flaco y
siempre repetía la misma frase Joselito tu has visto algún muerto gordo)
salimos de la tienda y nos fuimos a comer casa de Checa en la carretera de
IBROS era su bar favorito nadie cocina
como los CHECAS, y eso que ella era muy buena cocinera, recuerdo aquella comida
en familia con postre y café estará siempre en mi memoria “mi padre decía esta comida
es a salud de todo lo que trabajamos en cuidar aquellos olivos centenarios” y
lo que era una despedida se convirtió en un brindis por la vida.
Hoy se murieron mis viejos
pantalones antes de hacer la tela trapos recorte los viejos zurcidos azules
hechos por las manos artríticas de mi madre, artesanas puntadas de hilo que
ahora repaso con mis manos, remiendos que mi madre hacía en la tela una y otra
vez.
Hoy mi hijo de reía al ver como
yo guardaba en una cajita de madera el
remiendo de mi madre y me decía riéndose
se te está haciendo pequeña la cajita de
la memoria, y sí la caja de los recuerdos, de la vida siempre es “pequeña”
sobre todo cuando el tiempo los “implacables” años pasan dejándonos huérfanos de
seres queridos pero preñados de recuerdos hoy todo lo que tocaron tús manos tienen
vida en mi corazón madre.
VALENCIA 25 de noviembre 2020.
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