Diario de un poeta en precario.
Romero de memoria (ROJO)
El domingo fui a ver
a mi familia al cementerio, yo nunca fui partidario de los campo santos, y poco
a poco de tanto visitar a mis seres queridos me he ido acostumbrado a ese
territorio tan misterioso para mí, me acostumbre tanto que casi estoy por pedir que el día de mí despedida cuando
la parca venga a buscarme me entierren junto a mis padres en el nicho de la
cuarta , en la esquina de la calle del olvido en el lugar donde nunca falta el
sol y el romero, el que crece enfrente de la tumba de mi padre, romero
republicano que crece del corazón de los
fusilados por defender la libertad.
Cuando era niño
y aún vivía en el SUR yo no quería ir
por el camino blanco y polvoriento del cementerio de Baeza, huía de pasar por la puerta del
cementerio de mi pueblo solo ver la fachada me daba pánico ver los monumentales
jarrones de piedra cubiertos con unos enormes velos negros me aterrorizaba,
tenía miedo de contemplar aquella verja con ángeles de hierro. Mi padre le
encantaba pasar por la puerta de el cementerio, subido a lomos de la mula y
camino de la Escareuela donde mi padre sembraba garbanzos pues decía que eran
muy tiernos aquellos que recogíamos en verano cerca del cementerio, casi de
madrugada al alba dé la mano de mí padre pasábamos por la puerta del cementerio con un
riguroso silencio, el camino de polvo al amanecer desierto enmudecido,- yo
sentía escalofríos, el silencio era de siglos, él se bajaba del animal de la
mula torda y me bajaba a mí también, comenzaba un ritual sagrado los dos “masculinamente serios “pasábamos
junto a la verja sin mirar mi padre siempre repetía las mis más palabras aquí
está tu abuelo y tu tío abuelo que fue fusilado recién terminada la guerra.
Aquella
puerta del cementerio y aquellas palabras de mi padre me acompañaron años en
mis pesadillas nocturnas, aun hoy después de medio siglo sigo soñando con los
verdugos de mi tío abuelo, hoy soñé con ese camino que a la derecha de la carretera
nos llevaba al cementerio, y veo a mi padre secándose las lágrimas como si
fueran sudor.
Mi madre quería
que yo perdiera el miedo a los muertos y me llevaba al velatorio de los
familiares y vecinos que fallecían en aquellos años se velaba a los muertos en
la casa donde fallecían eran casas humildes con las paredes cargadas de humedad
y la cal se mezclaba con el llanto, el riguroso luto se imponía sobre los
llantos y rosarios cantados en voz alta mi abuela odiaba los rosarios y toda la
beatería que rodeaba la muerte a ella que le fusilaron a su hermano en la tapia
del cementerio, ella no olvido jamás que la iglesia fue cómplice de aquel genocidio,
yo me quedaba sentado en el escalón de la casa y esperaba que mi abuela me
diera la mano para volver a casa juntos caminábamos en silencio por las calles
de la ciudad “perdida” ella me decía lo que decía el poeta que solos se quedan
los muertos.
El domingo
vísperas del cumple años de mi padre fui al cementerio para estar con el un
rato y observe que las flores y la rama
de olivo que deje la última vez en la cuarta planta de calle del sol no estaban,-
no estaba el búcaro donde depositarlas flores, pregunte al responsable del
cementerio y me dijo que la gente roba las flores de las tumbas y también roban
el lugar donde se depositan pensé qué futuro tiene este pueblo embrutecido que
roba hasta en el cementerio, que se lleva las flores como botín de guerra.
Pedí permiso al
enterrador para coger un poco de romero de la tierra donde yacen los fusilados de la guerra, en
una fosa común junto a la tapia del cementerio, allí crece un romero poderoso
tan grande como las esperanzas de los fusilados, y llene la tumba con romero rojo,
la de mi padre y la de mis abuelos seguro que mi padre estará contento, seguro
que mi abuela será feliz siempre habrá romero rojo para sus almas.
PEÑISCOLA 21 DE
JULIO 2020.
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