miércoles, 22 de julio de 2020


Diario de un poeta en precario.

Romero de memoria (ROJO)


 El domingo fui a ver a mi familia al cementerio, yo nunca fui partidario de los campo santos, y poco a poco de tanto visitar a mis seres queridos me he ido acostumbrado a ese territorio tan misterioso para mí, me acostumbre tanto que casi  estoy por pedir que el día de mí despedida cuando la parca venga a buscarme me entierren junto a mis padres en el nicho de la cuarta , en la esquina de la calle del olvido en el lugar donde nunca falta el sol y el romero, el que crece enfrente de la tumba de mi padre, romero republicano que crece del corazón de  los fusilados por defender la libertad.
Cuando era niño y aún vivía en el SUR  yo no quería ir por el camino blanco y polvoriento del cementerio  de Baeza, huía de pasar por la puerta del cementerio de mi pueblo solo ver la fachada me daba pánico ver los monumentales jarrones de piedra cubiertos con unos enormes velos negros me aterrorizaba, tenía miedo de contemplar aquella verja con ángeles de hierro. Mi padre le encantaba pasar por la puerta de el cementerio, subido a lomos de la mula y camino de la Escareuela donde mi padre sembraba garbanzos pues decía que eran muy tiernos aquellos que recogíamos en verano cerca del cementerio, casi de madrugada al alba dé la mano de mí padre  pasábamos por la puerta del cementerio con un riguroso silencio, el camino de polvo al amanecer desierto enmudecido,- yo sentía escalofríos, el silencio era de siglos, él se bajaba del animal de la mula torda y me bajaba a mí también, comenzaba un ritual sagrado  los dos “masculinamente serios “pasábamos junto a la verja sin mirar mi padre siempre repetía las mis más palabras aquí está tu abuelo y tu tío abuelo que fue fusilado recién terminada la guerra.
  Aquella puerta del cementerio y aquellas palabras de mi padre me acompañaron años en mis pesadillas nocturnas, aun hoy después de medio siglo sigo soñando con los verdugos de mi tío abuelo, hoy soñé con ese camino que a la derecha de la carretera nos llevaba al cementerio, y veo a mi padre secándose las lágrimas como si fueran sudor.
Mi madre quería que yo perdiera el miedo a los muertos y me llevaba al velatorio de los familiares y vecinos que fallecían en aquellos años se velaba a los muertos en la casa donde fallecían eran casas humildes con las paredes cargadas de humedad y la cal se mezclaba con el llanto, el riguroso luto se imponía sobre los llantos y rosarios cantados en voz alta mi abuela odiaba los rosarios y toda la beatería que rodeaba la muerte a ella que le fusilaron a su hermano en la tapia del cementerio, ella no olvido jamás que la iglesia fue cómplice de aquel genocidio, yo me quedaba sentado en el escalón de la casa y esperaba que mi abuela me diera la mano para volver a casa juntos caminábamos en silencio por las calles de la ciudad “perdida” ella me decía lo que decía el poeta que solos se quedan los muertos.
El domingo vísperas del cumple años de mi padre fui al cementerio para estar con el un rato  y observe que las flores y la rama de olivo que deje la última vez en la cuarta planta de calle del sol no estaban,- no estaba el búcaro donde depositarlas flores, pregunte al responsable del cementerio y me dijo que la gente roba las flores de las tumbas y también roban el lugar donde se depositan pensé qué futuro tiene este pueblo embrutecido que roba hasta en el cementerio, que se lleva las flores como botín de guerra.
Pedí permiso al enterrador para coger un poco de romero de la tierra  donde yacen los fusilados de la guerra, en una fosa común junto a la tapia del cementerio, allí crece un romero poderoso tan grande como las esperanzas de los fusilados, y llene la tumba con romero rojo, la de mi padre y la de mis abuelos seguro que mi padre estará contento, seguro que mi abuela será feliz siempre habrá romero rojo para sus almas.
PEÑISCOLA 21 DE JULIO 2020.

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