jueves, 12 de septiembre de 2019


DIARIO DE UN POETA APOSENTAO

PASEO DE LAS ESTRELLA,

Miro la fotografía en blanco y negro, y miro a mi madre cogida del brazo de mis tías ,es una foto del gran Cristóbal, en un papel decorado, y muy amarillo a menudo e preguntado a los profesionales de la fotografía por que se amarillean las fotos, y me han dado  muchas razones parece ser que el tiempo es el principal culpable, y estoy seguro que así será, pero yo tengo mi propia teoría y pienso que las imágenes tienen vida y que envejecen junto a nosotros, que cargan con las heridas de los recuerdos, con los llantos y las risas, abrir un álbum de fotos es abrir las ventanas a la vida, pasar los dedos por la imagen de mi madre y sentir su piel, ver los ojos de mis hij@s, y sentir su amor, cuanta poesía en esas alamedas de imágenes.
La fotografía tiene mucho de mi corazón, pero era de esto de lo que os quería hablar, yo no sé si en toda España pasaba lo mismo que en mi pueblo, que las parejas se hacían en el paseo durante los años de mi infancia yo veía a las muchachas que siempre en pareja, o en trio iban abrazadas paseando, por el largo paseo arregladas, con sus vestidos cosidos por las costureras, lucían sus largas faldas, eran casi milagrosos crear aquellos vestidos, pero las manos de las modistas eran pura poesía, y los domingos por la tarde, era una explosión de alegría.
 Aquel paseo de la estrella, lleno de jóvenes apasionados, era el lugar donde se conocían las parejas, siempre con testigos especialmente las mujeres, prohibido ir solas, así se conocieron mis padres y así se hicieron miles de familias durante años, esa era la forma de ligar de la posguerra, ‘los chats’’ de hoy en día, los ‘’mozos’’ se acercaban tímidamente a las chicas y cruzaban las miradas y si acaso alguna palabra, la mayoría sin sentido o quizás tartamudeando del miedo.
Miro ahora la fotografía y observó que  sentadas en los bancos del paseo, a madres fondosas, que llevan zapatos de hombre, enlutadas hasta los ojos con unos pelos de Erizo en la barbilla, que desde esos bancos del paseo hacían la crónica de la moral de mi pueblo ,ellas tan puras y tan castas con esos ojos de dragones y esa boca de fuego, comadres de sacristía y golpes en el pecho, que marcaban a las adolescentes alegres que reían libres, veo como vigilan, a las muchachas paseantes, que como autómatas recorrían el paseo de arriba abajo, mecánicamente, cierro los ojos, y pienso en aquella palabra terrible que tanto miedo nos dio el que ‘’dirán ‘un miedo que mi madre me transmitió, y es que aquella vida en blanco y negro tenía demasiado  miedo, terror a los sentimientos,  un miedo frenético a lo sexual, sus cuerpos pedían abrazarse pero abrazarse estaba prohibido.
Ahora paso la mano por la boca de mi madre y veo el carmín en mis dedos mis manos enrojecidas, y veo a mis tías que escoltaban a la amapola virgen del SUR, con sus ojos vigilantes, también esta mi padre con pantalones de pana, mirando los ojos de mi madre.
No se cuantos amigos míos gente de mi generación se hicieron parejas en aquellos años setenta, pero ahora si recuerdo que yo tenía miedo a ese paseo, es cierto que yo era un adolescente muy tímido y algo solitario, y siempre con un libro de poemas en mis manos, el único que tenía una antología de el gran Don ANTONIO MACHADO, ese territorio  me privo de conocer a alguna muchacha de mi edad, ese y mi extrema timidez, mi absurda soledad de adolescente.

12 de septiembre 2019.



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